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Gabriel Crispín Martínez, el joven


               de Hierro en los emparrillados






                                                   Enrique Fernández



          *A pesar de haber perdido su ojo derecho y parte de su audición es quarterback de los Jaguares de la
          Montrerey Football League.

          El futbol americano es un deporte de colisión, mucha fuerza y donde los
          golpes van en serio, por lo cual no muchos se animan a practicarlo. Sin
          embargo, eso no ha detenido a Gabriel Crispín Martínez, quien se convirtió
          desde su llegada en el Joven del Hierro de los emparrillados.


          La  vida  de  Gabriel es  diferente a  la gran  mayoría de  los jugadores  de
          cualquier otro club en la Monterrey Football League (MFL),  cuando a los
          siete años tuvo un accidente en casa, lo que provocó la pérdida de su ojo
          derecho y su audición, pero hoy el joven no sólo practica el deporte de las
          tackleadas, sino que además es el quarterback de Jaguares, escuadra que
          llegó hasta el título esta temporada.

          En su infancia el pequeño practicó el karate, aunque su sueño era ser un
          portero destacado. Por desgracia vino el incidente y eso lo alejó por un
          tiempo del deporte. Para fortuna de él y su familia el club Generales de
          Escobedo  lanzó una  convocatoria  para  abrir un nuevo espacio  en  dicha
          zona y un vecino lo invitó a jugar, ya que su amigo había participado en la
          campaña anterior.




                                                                      Gabriel no lo pensó dos veces y acudió a los entrenamientos. En un
                                                                      principio su familia, en especial su madre, sentía cierta inquietud
                                                                      por lo que fuera a pasar con su hijo, quien tenía esas limitaciones
                                                                      físicas. Pero su padre, Juan Francisco Crispín era el hombre más
                                                                      feliz, ya que de niño y joven participó en el club Toros y eso era
                                                                      rememorar aquellos tiempos en los emparrillados.

                                                                      Para mala fortuna de Gabriel, el equipo de su categoría no se
                                                                      completó, pero fueron invitados a unirse a los Ducks de Apocada,
                                                                      y  en  ese momento debutaba  como esquinero, aunque  por
                                                                      momentos, como lo cuenta su madre, los coaches le daban poca
                                                                      oportunidad, pese a que su madre desde las gradas gritaba a
                                                                      pulmón abierto, “¡¡¡Metan a Crispín!!!”.


                                                                      Los momentos más complicados que se le presentaron al joven
                                                                      jugador nunca lo doblegaron, entre ellos el tener que retirarle
                                                                      su prótesis en el ojo derecho, para evitar que en una jugada lo
                                                                      fuera a botar. Para su familia el verlo feliz en cada partido o
                                                                      entrenamiento era lo mejor, ya que era todo un líder para el
                                                                      equipo y sus coaches.

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